¿Qué
puede ser peor que una sopa bien caliente? Una sopa de spaghetti hirviendo,
humeante, viscosa… peor aún, todo eso dentro de un plato hondo frente a un
hombre de edad avanzada, con un buen bigote galo, de esos como el de Asterix, sin
podar, bastante descuidado, con pelos en todas las direcciones, mejor aún,
algunos logran tocar su labio superior.
Sí,
sí, todo eso ya es bastante malo, pero además me ha tocado sentarme en frente
de este comensal, yo que fui educada en el arte de los buenos modales, estoy a
punto de vivir mi peor pesadilla, esa que es recurrente, como la de Freddy
Kruger y de la que quisiera escapar sin posibilidad alguna, sé cómo va a
empezar, desarrollarse y terminar; y ahí estoy, sentada en frente de mi terror,
recordando mi niñez en casa de mis padres, allá, cuando alguno de mis hermanos
o yo no seguíamos los buenos modales en la mesa y veíamos la amenaza inminente
de terminar nuestra comida en la cocina. Ya quisiera hoy poder terminar mi
comida en la cocina… pero como mis reglas de conducta no se limitaron a la
mesa, decido respirar hondo y aguantar estoicamente lo que se avecina.
Sin
previo aviso Freddy entra en escena y no puedo quitar mis ojos de él, abre su
enorme boca, parece que se va a comer la sopa con plato y todo, pero, para mi
sorpresa, inunda el ambiente con un aroma nauseabundo que llega hasta mí y se
mezcla con el humo que sale de mi plato y como en cámara lenta veo su mano
acercándose hasta los dientes y con dos dedos hace una maniobra que paraliza mi
corazón, se quita los dos dientes centrales de abajo y los deja descansar sobre
la mesa, la misma donde yo estoy comiendo. ¡Horror!
Mi
compañero de mesa no es una lumbrera, pero cualquiera sabe que una sopa echando
humo está bastante caliente como para comérsela; a él no se le ocurre esperar
un poco, incluso jugar con la cuchara dentro del líquido para ayudar a
templarlo, ¡No! Sin consideración alguna, llena su cuchara con la sopa y
empieza a sorber. ¡Sí! A sorber, ese
sonido que hacen los labios entrecerrados tratando de chupar la sopa hirviendo
y empapando el bigote con la grasa, porque sopa sin grasa no sabe bien. Yo
respiro, suspiro y sufro. ¿Por qué me ha tocado sentarme frente a él? ¿Por qué a mí? No olvidemos que
la sopa es de spaghetti, y si ya se la ha sorbido toda, haciendo ese ruido que
eriza cada poro de mi piel, ahora le hacen falta los spaghetti. Y ahí va ese
galo bigotudo, hace una pequeña “O” con sus labios (grrr) y chupa, porque eso
es lo que hace, se chupa la punta de su spaghetti y absorbe el resto, como si
tuviera dos años y le causara gracia hacer ese ruido con su bigote lleno de
sopa y los labios en forma de boca de pez tratando de cazar un simple
spaghetti.
Pero
mi pesadilla está lejos de terminar, a penas estamos en la entrada, después
viene el buen pedazo de carne. No hablaré de mis problemas con la carne de
mamíferos, sólo de mi problema con un pedazo de carne sangriento, porque si se
cocina mucho, pierde todo su jugo; he de decir que, para mí, el jugo es de
frutas y la carne tiene sangre no jugo. En fin, este pedazo de carne sangriento
tiene además un borde viscoso, medio transparente al que se le perciben una
especie de estrías más oscuras: nervios, creo que son los nervios. Mi Freddy
Kruger abre los ojos como si tuviera enfrente una presa fresca y se relame los
labios, tal como lo hace el lobo de los tres cerditos, mmmm, ¡cómo me gusta
oírlo relamerse! Corta un pedazo de ese gordo y se lo mete a la boca, entonces
me doy cuenta que sí puede abrir la boca, con tan mala suerte para mí que un
poco de grasa le chorrea por la comisura del labio y ahí va él, con su hábil
lengua, por esa gota de aceite animal. Un “mmmm” gutural es emitido y yo aún no
he podido probar mi propia sopa.
“Bigotes”
sigue atacando su presa y entrapando un pedazo de pan con “el jugo de la carne”
haciendo una mezcla de texturas, sonidos y movimientos que mis modales no
conocen y mi tolerancia es llevada al límite. Pienso en mi niñez, en mis padres,
en mi madre que tanto nos insistía en las buenas posturas en la mesa. Nos decía
que eran los niños de la calle los que comían así, que hay que cerrar la boca
cuando se mastica y sobre todo, NUNCA hablar con la boca llena. Es entonces cuando levanto mi mirada y
al Sr. Galo le da por comentar algo a cerca de un partido de fútbol (obviamente
es amante del fútbol), pero se le ha olvidado tragar, tiene una mezcla de pan
con carne dentro de su boca y sigue hablando como si fuera lo más natural, mis
ojos se quedan paralizados viendo la maza amorfa que lleva en su boca y de
repente un proyectil es eyectado desde ella para posarse en mi sopa sin probar.
Yo entro en estado de shock, no puedo moverme ni apartar los ojos de todo esto,
a penas logro respirar.
Cuando
vuelvo en mí, Freddy ya ha terminado la carne y se apresta a atacar la ensalada,
es decir hojas de lechuga y espinaca con vinagreta. Se sirve una buena porción
y sin usar el cuchillo empieza a pinchar varias hojas con el tenedor. Es claro
que no le caben en la boca, pero él tiene experiencia en hacer como los peces y
de nuevo recurre al arte de chupar, absorber, aspirar, como se quiera llamar; y
la vinagreta corre, se chorrea por las comisuras de los labios, menos mal su
lengua también es una vieja experimentada en estos casos y si algunas gotas se
llegan a escapar, para eso tiene LOS DEDOS. ¿Cómo no se me había ocurrido antes
que los dedos sirven para eso? A estas alturas no sé para qué se han inventado
las servilletas.
Finalmente
termina su ensalada, pero la vinagreta ha quedado esparcida por todo el plato,
para eso vuelve a entrapar el pan con la mayoría de la salsa, pero la vinagreta
tenía mostaza “a la antigua”, esa que tiene granitos de mostaza y para
recuperar los pocos que aún quedan en el plato, utiliza el cuchillo: reúne los
granos en un extremo del plato y con ayuda de su índice los empuja, para que
sea el cuchillo, ¡sí! El cuchillo el que los lleve a la boca. Se ha chupado el
cuchillo y yo empiezo a pensar que quizá este personaje tiene un problema con
su fase infantil de succión; quizá le hizo falta teta, tetero o chupete, pero creo
que es hora de que deje de chupar todo lo que hay en la mesa. Yo creo que voy a
desmayarme, quizá es el hambre o tal vez demasiadas emociones juntas, no quiero
saber más de sopas ni almuerzos, estoy lista para abandonar la mesa, pero Freddy
se me adelanta y justo cuando se está poniendo de pie, deja escapar un eructo
que perfuma el ambiente con una mezcla de olores vomitivos.
Yo me quedo plantada en mi silla,
pensado que tal vez es una broma, pero tristemente para mí, reconozco que sólo
fue un espectáculo círquense al que he asistido en uno de los lugares
supuestamente más glamorosos del mundo.